La educación artística se ha conocido comúnmente como una asignatura en la que los alumnos realizaban trabajos manuales y que estaba concebida únicamente para los dotados de ciertas destrezas y capacidades en el ámbito. Siempre se le ha dado menor importancia que al resto de asignaturas por considerarla como una de las menos académicas y con menos utilidad para el futuro de los alumnos. Pero la educación artística va mucho más allá de esta visión tradicional y ciertamente superficial de la misma.
Vivimos en un periodo en el que los cambios se producen a un ritmo mucho mayor del que estábamos acostumbrados. La evolución de las nuevas tecnologías, el profundo cambio ideológico y social que se está produciendo, el aumento desenfrenado del consumo, el auge de la libertad de expresión, las crisis económicas y otros muchos aspectos, podríamos decir que han marcado la entrada de siglo. Toda esta coctelera ha derivado en un nuevo modo de vida, en el que la creatividad se convierte en el bien más preciado. Y es aquí donde la educación artística juega un papel importante.
La imaginación y la creatividad, hacen que las personas resulten competentes en cualquiera de los ámbitos y aspectos de sus vidas. Trabajar esto en las aulas desde bien pequeños, inculcando una visión abierta frente a los problemas es fundamental en un mundo en el que cada día más surge la necesidad de crear nuevas profesiones que se salen de los límites establecidos academicamente. La educación artística fomenta el pensamiento divergente y llena el vacío que se produce en los libros de texto educando al alumno en una cultura en la que la imagen es el epicentro.
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